La proyección espacial y etnológica de la lengua galaico-lusitana
Autor: Valentín Paz-Andrade
Data de publicación: 7 de febreiro de 1960
Medio: La Voz de Galicia
Reproducido como "El área espacial y etnológica de la lengua galaico-lusitana", en Centro Gallego de Gijón, 1966. Recollido en O legado xornalístico de Valentín Paz-Andrade, A Coruña: Biblioteca Gallega, 1997, pp. 55-60.
Desde Ribadeo a Corumbá -Atlántico en medio- se extiende un territorio lingüístico básicamente uniforme. Ribadeo, límite en el contienente europeo. Corumbá, límite en el continete sud-americano. Ribadeo al Norte, sobre la frontera de Asturias. Corumbá al Oeste, en la frontera boliviana del Brasil. Más allá de una y otra raya de separación semántica -que pudiera completarse con Ponta Forá al Sur, sobre la frontera paraguaya- se abren en doble abanico los firmes dominios del castellano.
ÁREA HETEROÉTNICA DEL IDIOMA
Dentro del esquema geográfico cuyos lados extremos acaban de amojonarse, viven cerca de ochenta millones de seres humanos. Poblaciones indo-europeas y amer-indias, africanas y asiáticas. Poblaciones étnicamente puras y poblaciones cruzadas indígenas e inmigradas, con mayorías civilizadas, masa semi-cultas y residuos salvajes. En unidades homogéneas o en promiscuidad, viven blancos y negros, aceitunados y mulatos, criollos y mestizos.
Estas pinceladas esbozan el paisaje humano menos coherente del «mapa mundi». Sería difícil, por no decir imposible, hallar en éste otro conjunto más explosivo, en orden a los caracteres étnicos, a la estructura y pigmentación somáticas, al origen local… Porque la heterogeneidad también se aprecia en las condiciones ecológicas, religiosas y políticas, primitivas o actuales.
El área bi-continental deslindada encierra un fabuloso mosaico de razas, repartido entre dos hemisferios, sometido a distintos climas, dependiente de diversas soberanías. Desciende desde la zona templada boreal a la austral, montando sobre el Ecuador, y adquiriendo su mayor densidad entre esta línea y el trópico de Capricornio.
Sin embargo, no todo es discordancia y contraste entre esta abigarrada muchedumbre de pueblos. Sobre sus detonantes diferencias, se encuentra un primer punto de fusión, en el campo del espíritu: el idioma. Los casi ochenta millones de seres humanos, que serán cien en poco más de diez años, constituyen el asombroso censo hablante ?aunque incompleto?, del romance evolucionado que Galicia, hace más de diez siglos, desgajó del latín.
TRANSCENDENCIA CULTURAL DEL FENÓMENO
Las dimensiones del fenómeno obligan a apurar la indagación, partiendo de sus manifestaciones aparentes. Merced a la virtud del idioma, nacido del pueblo, al margen del poder político, se han derrumbado las murallas de la incomunicación, que separaban originariamente a millones y millones de hombres.
Ningún argumento más autorizado puede invocarse para demostrar la validez de un sistema de expresión. En el mismo queda aprehendido el milagro de una forma ingrávida, hija del espíritu de un pueblo arrinconado en la brumosa estribación occidental de la Romania. La forma cuyo ulterior desarrollo ha permitido ligar mediante un vehículo común el alma de los antípodas, y, al propio tiempo, acercar a las masas secularmente radiadas el tesoro de las culturas clásicas, habilitándolas para acceder por su pie a las reservas fundamentales del saber humano.
Si este proceso de transculturación se hubiese operado entre minorías intelectuales, podría calificarse como socialmente irrelevante, o poco menos. Pero se ha producido a nivel contrario. Por abajo antes que por arriba. En esta radicalidad del proceso, en la capilaridad de la forma de expansión, reside su mayor grandeza: su máxima garantía de permanencia y futura progresión.
INTERPRETACIÓN ECONÓMICA DEL FENÓMENO
A base del mismo ejemplo, podemos ahora orientar el razonamiento hacia un objetivo más concreto. El de mostrar cómo una pura creación del alma popular puede conducir a resultados de la máxima utilidad social. Lengua del pueblo y de los trovadores, era el gallego en el siglo XIII, cuando don Diniz, Rey plantador y poeta, lo convirtió en idioma oficial.
Entonces, Galicia y Portugal mantenían unificado su espíritu. De aquella simbiosis gloriosa procede el espectáculo cultural que ahora contemplamos. Procede el vínculo aéreo, cuya fértil subsistencia a despecho de diferenciaciones raciales, de hemisferios, meridianos y paralelos, hace perfectamente posible que un labrador de Castroverde pueda dialogar con un «facendeiro» do Río Grande do Sul; que un minero de Silleda pueda entenderse directamente con un «garimperio» de diamantes en Corguiño o en Rochedo (Matto Grosso); una pescantina del Berbés o del Muro de La Coruña, con una «varita» de Peniche o de Porto Alegre; un intelectual luso-galaico con un «brugre» del Matto Grosso.
Cuando los tres hermanos Fernández Alonso, con una mano delante y otra detrás, emigraron de Guillarey, para correr su aventura en el Brasil, hablaban exclusivamente el gallego nativo. El mismo que hablaron durante su vida. El que siguen hablando los dos sobrevivientes, Víctor y Domingos, después de sesenta años y de amasar, con su esfuerzo, las mayores fortunas personales que gallego alguno, emigrante o sedentario, ha logrado conquistar. Las inmensas jaulas cenitales de la economía práctica que son los rascacielos de Sao Paulo, Río, Recife, Belo Horizonte, Santos… están poblados de voces gallegas. Las que arrancaron del decir de la gente, desde Martín Codax o Airas Nunes a Macías, pasando por el Rey Sabio. Las voces en que rezan las negras de Bahía, oraciones gemelas a las que se elevan ante el Bon Jhesús de Braga o la Virgen de la Franqueira. Unificación por la fe, que en este caso no es mero ejemplo de sincretismo religioso, pues presupone la unificación por el lenguaje.
Dentro de pocos meses comenzará a funcionar Brasilia, la capital federal técnicamente más avanzada del mundo. El acento luso-galaico acompañó a su erección, desde la primera zanja, y está llenando ahora de humano ardor sus audacísimas construcciones.
COMO EXPERIMENTO HUMANO
Es necesario sumergirse en esta restallante zona del obre, sentir la disforme cadencia de sus latidos, entrar en contacto vivo con sus hechos violentamente diferenciales… para calcular la percusión, ancha y profundamente humana, del fenómeno cultural a que estamos refiriéndonos. Acabo de recorrer, en pocos días, pero casi de punta a punta, el área de la expansión lingüística galaico-portuguesa. Pocos experimentos pueden resultar más fecundos, a un hombre de la olvidada Galicia, que el de poder dialogar en su lengua, con los colonos japoneses asentados definitivamente en Cuvabá o Campo Grande, o explorar el alma de los tupís-guaranís que bajan de la tribu al mercado de las ciudades. Almas cerradas a cal y canto en las paredes del ancestro racial, que solamente se entreabren al conjunto de la expresión común.
Disponer de un instrumento verbal, para penetrar en el hermetismo de mundos morales tan diferentes del nuestro, puede calificarse como un privilegio de incalculable valor humano. Lo han descubierto prematuramente, y lo utilizan a fondo, los misioneros. En cambio, no parecen sospecharlos siquiera los que tienen del gallego un concepto de reliquia cultural. Ni tampoco resuta bastante reconocido por los que, a base de nuestra matriz lingüística, han encontrado el exuberante caudal de formas verbales en que vierten, desde hace siglos, los frutos de su propia cultura.
COMO VEHÍCULOS DE LA CULTURA
El área de difusión del idioma de Camoens y Rosalía resulta como cercada, en ambos continentes, por los dominios del idioma de Cervantes. La proporcionalidad de la masa hablante acusa superioridad notoria del segundo sobre el primero. Por esa diferencia espacial o demográfica, no resta interés al problema de la coexistencia de ambas lenguas, ni aminora el que resulta de la posesión de la menos extendia. En todo caso, nadie podrá discutirle el título de tercera lengua de América.
La inclinación del Brasil en la órbita lusitana, con mayor fidelidad en la pronuciación y en el léxico a la fuente gallega del idioma, asegura a éste un porvenir esplendoroso. Basta con saber que el Brasil económicamente, más que una nación, es un verdadero continente. Aparte de las incalculables reservas de recursos naturales valiosos que atesora, de sus enormes dimensiones, de su privilegiada localización…, se halla en una fase de crecimiento espectacular. Algún día, seguramente no lejano, la solidez de las estructuras industriales en curso de implantación o desarrollo, readsorverá el actual proceso de inflación. En todo caso, hará a la economía del país mucho menos vulnerable a las fluctuaciones cíclicas, en gran parte derivadas del dominio excesivo de la monoproducción ?café, algodón, arroz, cacao, caucho, mandioca, etc.
Llegado tal momento, previsto con unanimidad por cuantos encaran sobre bases reales el futuro de este trepidante país -donde el galope del progreso ha batido todas las marcas conocidas-, el Brasil no ejercerá solamente su hegemonía económica en el mundo. A ella seguirá la hegemonía de su cultura, que ya es hoy positiva en la arquitectura, y perceptible en otras manifestaciones, como el arte abstracto o la música popular.
El núcleo que alimenta la nueva égida de desarrollo cultural, no es otro que el idioma común de Galicia, Portugal y Brasil. Esta jerarquía cronológica será invertida por la historia próxima, pero no debería quedar mutilada por eliminación del miembro menos afortunado.
Añadamos, para terminar, que esta consideración no se inspira en un restringido, aunque legítimo, virtuosismo regional. Sólo los obcecados podrán dejar de reconocer que la coexistencia del gallego y el castellano, abstracción hecha de pruritos reinvindicatorios o nacionalismos torpemente entendidos, es una posición clave para la expansión de la cultura hispánica. Una posición que para sí quisieran ingleses, franceses, norteamericanos o rusos. Sólo a través del túnel lingüístico del Noroeste, hoy tan escasamente expedito, le será posible a la cultura española penetrar en aquel fabuloso mundo. En el mundo al cual Galicia transmitió, va para cinco siglos, su más glorioso legado, por los lusitanos labios de Pedro Álvarez Cabral.