Valentín, abogado
Autor: Antonio Viana Conde
Data de publicación: 1997, maio, 21
Medio: Faro de Vigo
Isaac Díaz Pardo, “figura corporal mínima, mais home máximo”, con la ayuda de Charo Portela, ha intentado un primer esbozo del espistolario de Valentín Paz-Andrade, que en su dimensión completa necesitaría varios tomos. Dice Isaac que la gran tarea de Valentín, fue abogar por Galicia, y creo que es una certera síntesis de una vida esforzada, en “servir a Galiza dende tódolos campos que abarcou o seu saber e o ser fazer”. Otros podrán –y deberán- analizar la ingente obra de Valentín; yo sólo puedo aportar una aproximación al Valentín abogado. Abogado de a pié, en la lucha diaria del pleito o el conflicto, desde lo nimio a lo dramático, que requería, su cabeza, su voz o su pluma. Algunos sostenemos que no se puede ser abogado sin estar dispuesto a la entrega y a la ayuda al menester de otro en los diversos conflictos imaginables, o lo enfrente con peores angustias si es acusado con penas que amenacen, su libertad, su honor e incluso –antes de ser abolida la pena- con la muerte, o si está en riesgo su fortuna, o su trabajo, o el equilibrio familiar o societario. Valentín tenía la vocación a la entrega, con la lealtad, el esfuerzo, el talento, y los densos conocimientos jurídicos, que caracterizan al gran abogado. En Vigo, tenía que contender con otros grandes abogados: Don Fernando Villamarín, Don Juan Amoedo, Don Alfonso Gregorio Espino y Don Roberto González Pastoriza, que enumero consciente del riesgo de injustos olvidos. Valentín aportaba la frescura de un aire nuevo, combativo y culto. Fue un renovador de la prosa forense anclada en una retórica curialesca. Aportó su estilo periodístico con una entradilla que enunciaba el hecho o el argumento que iba a desarrollar. Esto tenía que producir choques y disonancias. Para encuadrar la escena podríamos representar a Don Fernando, como el liberal conservador que era, a Don Juan Amoedo, un melquiadista que dimitió de la política con la dictablanda y era un redondelano epicúreo y desengañado, a Don Adolfo un ejemplar egregio de cristiano, en cierto modo precursor de la que después fue la democracia cristiana y a Don Roberto, un radical, acusado de masonería por mor de aquel famoso proceso que el enfrentó a un “obispo en Sede vacante” en el que tuve la ocasión de colaborar, que era el “maestro” por antonomasia de una generación administrativistas vigueses que perduran, por ejemplo, en Manuel Pérez Gómez.
La tensión argumental de un abogado queda sumergida en los archivos propios o judiciales, de los que es difícil rescatarla. Sería precisa una labor titánica para desempolvar la de Valentín. Ignoro si algún día se podrá acometer esa labor.
A Valentín le quedaba estrecha la sola función de abogado. Tenía tiempo para todo, porque su tiempo empezaba a las siete de la mañana, y podía terminar de madrugada. El típico pleito rural: reivindicatorias, deslindes, servidumbres, interdictos de posesión debían resultarle entristecedor. Era una dolorida confirmación de la miseria y la servidumbre de “los paisanos” de nuestro campo. Tenía que sentirse incómodo, como nos sentíamos otros, dispuestos a dejar la profesión, de la profesión sólo fuera eso. Oteó que por ahí no vendría la redención de la tierra, y se inclinó por los caminos del mar, que ofrecían horizontes de libertad y de riesgo, y que recorrió con ahínco, para alcanzar los lejanos caladeros de os que se traería riqueza y progreso para la tierra.
Le dolió en el alma la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. La política galleguista, tuvo que seguir haciéndola a escondidas, sin dimisiones, ni renuncias aunque las esperanzas se remitiesen a un lejano horizonte, como así se confirmó. El franquismo sólo le dejó cultivar -a la luz- la parcela privada, y -en la sombra- los irrenunciables afanes que el galleguismo había alumbrado. Luz y la sombra que pudieron inspirar la visión “do irmán Daniel” que se fue de las dolidas y lejanas tierras del exilio “por la vereda que nunca se desanda”. Tuvo que resignarse a ser abogado porque no pudo ser “o noso Valentín” llamado a defender “su política” en los grandes foros democráticos, con el mismo rigor y con el mismo método que un gran jurista, puede y debe hacer. Si fuese posible intentar un ejercicio de ucronía, Valentín hubiera tenido que optar, pues no se puede ser abogado y político profesional. Muchos ejemplos podrían confirmar este aserto, por ejemplo, el de Osorio Gallardo: excelente abogado, y político mediocre. Quizás en otros tiempos, en que la política tenía más acentos retóricos que exigencias de eficacia, podrían compatibilizarse ambas funciones, pero en esta segunda mitad del siglo, ya no.
Heredé de mi padre la amistad con Valentín, que conocí cuando no debía de tener más de doce años, y me llevó, con Don Rogelio, a Silleda, en aquel Hillman que le duró tantos años. Fui lo bastante estúpido para no cultivarla más, pero también suficientemente leal para mantenerla siempre viva y abierta, y disfrutar de su nunca negado afecto, y como tenía una capacidad oceánica, para olvidar agravios, y despreciar incomprensiones, me perdonará que no le recuerde en el idioma que en nuestra conversación nos era común y entrañable. No puedo escribir en gallego por respeto al idioma que no domino, y no puedo recurrir a una traducción porque me lo impide el pudor y la autenticidad. ¡Valentín: “unha forte aperta i xa nos veremos no val de Josafat”!