Sintonización del esfuerzo cultural. Galicia como tarea.
26/09/2012
Por que introduce Paz-Andrade este compoñente cultural nun libro de “números” e de estatísticas? Ao meu modo de ver, por dúas razóns complementares. Dunha banda, porque considera a cultura como un campo de integración de vontades dispersas, en tanto que “cultura propia”, e porque é o pegamento necesario para formar un ideal colectivo, ese “destino” more Ortega y Gasset tantas veces invocado para que Galicia se transforme e se desenvolva. Que teña, en definitiva, unha “tarea” que cumprir.
Ramón Villares Paz
Siempre es por la base, por el suelo, por el pueblo,
como una literatura recobra fuerza y se renueva.
ANDRÉ GIDE.
ASIMILACIÓN POR EL PUEBLO
Hemos legado a un ángulo del tema que invita a contemplar el prisma por otra cara: la relación viva entre la sociedad gallega y su producción cultural. O mejor, el nivel de la influencia de ésta sobre aquélla.
Pudiera ocurrir que algo nacido para obrar la reconstitución de la personalidad y la cultura de todo un pueblo, se fuese convirtiendo insensiblemente en un virtuosismo de minorías. Y hasta que estuviéramos en presencia de un riesgo tal, sin atrevernos a denunciarlo para prevenir o atajar sus consecuencias.
“Una alta cultura no puede mantenerse mucho tiempo si no está ligada a una cultura popular; a no ser que sobreviva en pequeños círculos esotéricos, pagando el precio de un gran empobrecimiento.”
Es Paulo Duarte, quien invoca esta cita de Maurice Duverger. Y el ensayista brasileño añade:
“Una cultura popular no es sólo un conjunto de tradiciones artesanas y folkóricas, sino un sistema coherente y asimilable por la masa popular, y, en efecto, asimilado por ésta”
Pienso que tales testimonios arrojan la luz que en este momento necesitábamos para pinzar en la médula del problema. Hace tres cuartos de siglo, nuestro Murguía anticipaba y compartía a su manera el mismo descelo. “Permaneced fieles al espíritu de nuestra raza”, decía a los escritores. “Reflejad sus sentimientos, participad de sus angustias, sentid sus cóleras; en una palabra, poned los ojos en sus cielos y el alma en sus ideales, pues sólo así podréis producir la obra duradera, aquella en la cual se siente palpitar la vida de todo un pueblo”. Y reforzaba la exhortación, añadiendo: “Nada de cuanto entre la esfera del arte y de la especulación, puede sentirse ni explicarse sino a ese precio”.
Esta postura no puede entenderse en forma que menoscabe la independencia del arte, o la libertad del artista. Ni tampoco echando en olvido la influencia inmediata o retardada, de los valores estéticos en la evolución de la mente y el gusto de la masa. Pero dejando a salvo tan elementales principios, mantiene su validez. Nos ayuda a ver claro el fondo de una cuestión, que parece conveniente replantear hoy.
Una cuestión de fines y de modos, ligada a la fertilidad de toda siembra en los espíritus destinados a recibirla. ¿No consistirá, antes que en acelerar la desasimilación literaria de Castilla, en tornar más absorbibles por el pueblo de Galicia los frutos del esfuerzo cultural propio? Porque en la misma medida en que prospere la auto-asimilación, cederá automáticamente la transferencia de valores espirituales hacia órbitas por el momento más sugestivas.
El apartamiento de la estimación y, en algún caso, de la comprensión popular, resulta especialmente acentuado en la poesía. Es un poeta de esta hora, en el cual coexiste el crítico -Eduardo Blanco Amor-, quien lo ha denunciado recientemente desde América:
“Estamos ao día, e cecáis tan demasiado ao día que non reparamos n-esta fruncida evolución, que imos deixando atrás un pobo que xa non nos entende; fúmonos esquecendo do imprícito faitor sociolóxico-patriótico, tan patente nos nosos devanceiros (ou sexa, a obriga de voltar cara a sí a todo un pobo) que tería de haber tras todol-os nosos esforzos...”
El achaque a que nos referimos ahora puede no ser una desviación eventual del movimiento literario. Casi siempre, al ganar en calidad se pierde en extensión. También en profundidad puede ganarse, a expensas de la superficie. Así acontece cuando se descubren las fuentes obstruídas, o se restablecen las bases biológicas, económicas o históricas de un país. Sin embargo, la elaboración de los conocimientos superiores en círculos especializados, o los refinamientos de la expresión lírica, no pueden desconocer que el destinatario de los mismos, mediato cuando no inmediato, es la comunidad.
El crítico de “Le Figaro Litteraire”, André Rousseaux, lo ha recordado no hace mucho tiempo, en palabras insuperables, refiriéndose a la poesía:
“... Está, a la hora actual y en el mundo entero, alojada en el corazón del humanismo viviente... En el desarrollo de la humanidad contemporánea, son los poetas los que hacen entender con más fuerza y eficacia una voz fiel a la verdad del hombre, al misterio de su dignidad y su energía saludable.”
Sin escuchar esa voz, cuando más se hace litaratura. Y aún la literatura, recuerda Unamuno, “si ha de ser grande, tiene que ser un trabajo de integración. Reducida a especialidad, cae en artificio”. En otras palabras ha insistido Sartre, proyectando su pensamiento sobre la misión del escritor en esta hora:
“Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para ella.”
La desviación de principios tan elementales se inició entre nosotros antes de 1936. Se acentuó después. No pueden desconocerse las circunstancias extraculturales que desarticularon las instituciones de mayor influjo, seccionaron las trayectorias y disiparon los planes. Ni el efecto de los mismos imponderables, restringiendo la comunicación entre las “élites” y el pueblo.
Con todo, es indispensable propiciar la reorientación de la cultura interesando en su proceso a mayores áreas de población. Si este pesamiento no se coloca en el primer plano, podremos aumentar la cultura de los cultos, convencer a los convencidos, repoblar los invernaderos intelectuales... sin roturar el erial subyacente. Vendríamos a incidir en aquel inconveniente capital de que el Conde de Gobineau acusaba a la cultura antigua, incluso de Italia y la Hélade: el de “no existitr más que para las clases superiores y dejar a las de abajo ignorantes de su naturaleza, sus méritos y sus caminos”.
EL GRUPO Y EL DIÁLOGO
Entre los conceptos de cultura, comunidad y comunicación, existen nexos impreteribles de solidaridad funcional. La cultura presupone adaptación a los fines de la sociedad que la produce. Según Richard Mc Keon:
“El movimiento de una cultura refleja a la vez una aproximación a los valores singulares y un esfuerzo de actualización de estos valores bajo una forma universal y comunicable”.
Tanto la tensión como el modo, la sintonización con el contorno social, deben mantenerse en permanente vigencia. No debiera transigirse con el supuesto de que, aún en circunstancias impropicias, los frutos de la actividad cultural dejen de alimentar a la masa.
De tal achaque parece responsable la tendencia al grupo intelectual cerrado. Reconozcamos que a su formación, y aún a su proliferación, puede conducir el desvelo mejor intencionado en servicio de la cultura. Pero el grupo reporduce en esfera plural las limitaciones del individuo y las incapacidades del individualismo. Es un brote, más o menos atenuado, de insolidaridad social. El ensayista Francisco Ayala denuncia la presencia de este achaque en el carácter español:
“Lo que nosotros concebimos y practicamos con preferencia es una solidaridad de hombre a hombre, ineficaz en nuestra sociedad industrializada, hecha de grandes masas y de ciudades gigantes.”
Cierto que puede tratarse de células de alta cultura, por definición inasequible a la masa. Aún en tal supuesto, la desconexión absoluta conduciría a la infecundidad, al narcisismo espiritual. Toda alta cultua debe coexistir con una cultura popular. Sin la segunda, por mucha calidad que la primera conquiste, será pura especulación. Será un ejercicio de gabinete, de cámara o de capilla. No una contribución viva al despliegue de las potencias, receptivas y creativas, que laten en el alma innumerable del pueblo.
Para ensanchar la base de la cultura es indispensable la rehabilitación del diálogo. Saber decir y aprender a escuchar. El diálogo entre los grupos y de los grups con el pueblo. La liquidación de los resabios insolidarios, los tabús del hombre culto y las intolerancias del resentido. En Galicia, esta operación moral no conduciría más que a restablecer la virtud razonadora, la flexibilidad temperamental, la porosidad de conciencia, que constituyen otros tantos exponentes típicos de la mente atlántica.
Cuanto acaba de decirse, puede tomarse como una invitación al diálogo. Preferiría que se tomara como una iniciación del diálogo, entre gallegos, sobre la cultura gallega.
Rehabilitar el diálogo no se reduce a lubrificar las vías ya trilladas de la comunicación. Es preciso, en algunos casos, comenzar por abrirlas, para que las ideas, los principios, los conocimientos, circulen y se incorporen al plasma cultural del país.
LA INHIBICIÓN DE LA CRÍTICA
Esta evolución requiere la asociación de cuantas facultades puedan contribuir tanto a la expansión como a la consistencia y autenticidad de los resultados. En primer término, al restablecimiento de la facultad crítica. No han logrado desentumecerla en el meridiano gallego, ni el ardor de la “renacencia” ochocentista, ni la eclosión literaria posterior. Como si hubiera quedado agotada en el filo de las plumas pre-regionalistas de Feijóo, Cernadas, Sarmiento, Cornide...
La función de la crítica se especializó después como fiscalización intelectual de los valores producidos por el espíritu. La saludable tercería social de la crítica entre el autor y el público destinatario de la obra. La libre magistratura consagratoria del mérito, debeladora del fraude, cuando se ejerce con fuero sapiente y autónomo.
El crítico no es sólo el adelantado del lector, el jefe de recepción de la masa. Además, el crítico es quien abre las ventanas. Las brisas nuevas penetran antes cuando la aireación espiritual tiene sus órganos en guardia permanente. Los órganos pueden, incluso, insuflar corrientes vivificadoras en los sectores improductivos, estimulando la rehabilitación de las gamas empobrecidas o las capacidades subestimadas. A la misión estrictamente crítica se asocia la de promoción cultural, aunque ésta sea más específica del mecenazgo.
En la evolución de la cultura gallega, la huella del romanticismo quedo marcada a flor de piel. Aurelio Aguirre como poeta, Vesteiro Torres como poeta y prosista biográfico, Vicetto como narrador, Jenaro Villaamil como pintor..., han encendido las obras y las vidas -y alguno apagó la suya-, con los destellos de aquel desordenado movimiento.
No ocurrió otro tanto con el racionalismo francés. Sólo en un círculo finisecular de pensadores, nacidos en Pontevedra -Indalecio Amesto, Nicanor Rey, Esperón...-, se aprecian influencias de aquella escuela filosófica. La misma filiación ostentaba Victor Said Armesto, cuya perspicacia crítica nos reveló precozmente el genio literario de Valle-Inclán, como después había de explorar las fuentes de la leyenda de Don Juan.
Aquel brote no tuvo ulteriores primaveras. El desarrollo cultural prosiguió, sin que el fiel contraste de la crítica participara ostensible en el proceso. Y con intervención cada vez más exigua de la autocrítica, como inexorable consecuencia de todo régimen estimulado por la exigencia de responsabilidad.
La vacación del colegio de Aristarco en nuestro mundo cultural, no ha impedido la floración de grandes artistas vocacionales. Pero ha podido influir, dispersa o menguativamente, en su obra. La crítica fortifica el mérito y previene contra la flojedad a que a veces conduce el exceso de facilidad, la fruición en el barroquismo, la interpretación aparencial del realismo...
La ausencia del elemento crítico, depurador y orientador a la vez, debe estimarse nociva. Tanto más nociva cuanto más abundante sea la producción. Lo que cuenta en ella no es la “abundancia numeral” de las obras, que diría Ortega. Ni su énfasis sentimental y barroquizante. En su calidad y hondura. Su creciente adaptación a las necesidades y desenvolvimientos de la comunidad.
Esta finalidad no se logra fabricando famas efímeras, o dispensando a diestra y siniestra la indulgencia plenaria. O relegando al silencio desalentador obras de auténtica calidad o de relevante interés... Ambas debilidades son típicas en el comportamiento de los círculos impermeabilizados a la infiltración del aire exterior.
Para evitar este rieso, que a la larga esterilizaría el esfuerzo cultural, la inhibición del ministerio de la crítica tendrá que ser superada. También, en el sentido de crear capacidad para recibirla. Ejercer y recibir la crítica: dos modos idóneos de comportarse intelectualmente, para que el avance cultural se afirme.
REORIENTACIÓN HACIA LA TÉCNICA
Desde que Lord Halsbury llama “revolución neolítica”, la humanidad no se ha enfrentado con tantos cambios en las estructuras culturales como los que viene produciendo la Revolución Industrial. El homo sapiens, que lo hacía todo por sí mismo, se ha convertido en el homo fragmentatus, especializado en un quehacer singular. Ningún movimiento vivo de la cultura contemporánea puede desentenderse del carácter tecnológico que domina de arriba a abajo la sociedad de hoy.
No hace mucho, André Maurois se referá a este problema, diciendo:
“La gran desgracia de nuesto tiempo no es la investigación científica, necesaria y digna de alabanza, sino el desnivel existente entre los nuevos inventos y las instituciones humanas. La potencia física del hombre ha progresado con una rapidez infinitamente mayor que sus facultades espirituales.”
No se trata de un problema específico de la cultura gallega. En mayor o menor medidad, afecta al destino de todos los pueblos. Precisamente por su universalidad y por su inexorable gravitación, el esfuerzo cultural de Galicia tiene que ser reorientado e intensificado en consonancia con las nuevas condiciones en que la vida huana se desarrolla.
No basta aceptar este principio como un aforismo abstracto. Lo que realmente importa es su desarrollo concreto referido al hombre de Galicia, cualquiera que sea la latitud en que radique. A pesar del uniformismo consecutivo a la generalización de los medios y los conocimientos técnicos, los fundamentos materiales de la vida como para un gallego y para un suizo, por ejemplo, son distintos. Como lo son para un hombre de la costa y otro del altiplano. Aquí, la población vive a base de los recursos marinos o agropecuarios, allí del hierro o del carbón, los servicios públicos, del comercio, del petróleo o de las masas arbóreas, etc. La estructura económica, a la cual se aplican los métodos e instrumentos de la civilización tecnológica, impone variantes determinadas en la especialización, en la preparación del hombre para la lucha por la prosperidad.
Este cambio en los fines de la cultura reclama la adaptación a las nuevas exigencias, comenzando desde la educación y siguiendo hasta la enseñanza superior. Todos los grados que recorre la formación del hombre, como miembro de la sociedad que lo engloba y como profesional, de acomodación a la necesidad y apetencia se la vida a que viene destinado. “Nada será más desastroso para un pueblo en general -y para cada individuo en particular-, que la de ser preparado para una vida que él no podrá vivir”
Si el esfuerzo cutural de Galicia no se incorporase activamente a la tarea de capacitación, necesaria para participar y soportar la hegemonía social de la industrialización, quedaría desfasado. Bien entendido que tal incorporación, precisamente por ser un empeño y no un alarde de fría mecanización, ha de salvar los valores humanos, defendiéndolos contra la amenaza de una nueva y universal esclavitud.
COOPERACIÓN ECONÓMICA AL ESFUERZO CULTURAL
Se ha intentado en estos capítulos hacer circular por el cauce actual de la cultura gallega una corriente de claridad. Hemos llegado, salvos y sanos a la desembocadura.
Bien quisiera haber logrado establecer un criterio inteligible y operante sobre ciertos puntos sustanciales. En particular, sobre aquellos que, habitualmente, se mantienen confusos, adulterados, subestimados o sometidos a discusión. Aunque no lo haya logrado, espero haber reverdecido los incentivos de la meditación que puedan conducir a otros, más autorizados y sagaces que yo, al logro de resultados diáfanos.
Con la cultura de Galicia, todos los gallegos tenemos deberes a cumplir. No pretendo leer la cartilla a nadie. Pero, como complemento de cuanto se lleva dicho, conviene recordar que la cultura no es producto de bandería, credo político o clase determinada. Ni aún de la formada por hombres e instituciones dedicados ordinariamente a producir obras culturales o a promoverlas.
Es preciso abrirse a la comprensión de que, en el templo y taller de la cultura, la entrada es libre. Para los saceerdotes de la ciencia y del arte, como para los neófitos. Para los incultos más aún que para los cultos, sin discriminación de procedencia o de etiqueta social y política.
Los escritores, los artistas, los universitarios, los técnicos, las academias, los institutos, los colegios profesionales, los laboratorios, los seminarios... pueden considerarse como estado mayor y vanguardia de la milicia cultural. Ninguna vanguardia se sostiene, en la paz como en la guerra, si la retaguardia no acude diligentemente a alimentarla y pertrecharla. Por tanto, en la fisiología de la cultura todos estamos implicados, si bien con función distinta. Distinta, pero convergente.
La cultura es un legado recibido por las generaciones. Un legado del espíritu materializado en obras, sistemas de acción o de expresión, costumbres, capacidades... No podemos dejar que se dilapide o empobrezca en nuestras manos.
Estamos obligados a mantener la tradición cultural recibida, renovándola y actualizándola. A engrosar su caudal con nuestras voces, con la parcela de verdad por nosostros conquistada, con el aroma de nuestro tiempo... para transmitirlo todo a nuestros hijos.
La razón de este deber colectivo no deriva solamente de la condición de gallegos o de españoles. Tiene una naturaleza más profunda y extensa. Deriva primariamente de nuestra integración en la humanidad y nuestra localización en las avanzadillas de la civilización occidental. Mientras toda cultura se conciba como desarrollo integral del hombre, no es posible desarticular cualquiera de ellas del destino común de los pueblos, en el cual tiene reservado el nuesto su cupo irrepudiable.
Ya se ha señalado en qué consiste el deber. No todos estamos obligados a cumplirlo del mismo modo, en el cual tiene reservado el nuesto su cupo irrepudiable.
Ya se ha señalado en qué consiste el deber. No todos estamos obligados a cumplirlo del mismo modo, en la misma escala o en la misma hora. Cada uno ha de hacerlo conforme a sus aptitudes, facultades, disponibilidades... Los intelectuales, artistas o científicos, entregándose a su actividad creadora. Las instituciones, a facilitar y ordenar la investigación, difundir sus frutos, organizar la capacitación, promover el cultivo de nuevas sementeras del conocimiento o la recuperación de las parcelas improductivas... Los demás, a proporcionar lo que puedan: el clima propicio para el auge de las empresas culturales y los medios económicos para ejecutarlas.
“A la inversa de lo que ocurre en los países anglosajones -ha escrito también Francisco Ayala-, es raro encontrar entre nosotros fundaciones, obras de beneficencia o servicios sociales debidos a la iniciativa privada”. Tal apreciación se hizo con referencia a España, pero en Galicia la realidad no es distinta. Con alguna edificante excepción: las colonias de emigrados fundadoras de escuelas, o el rasgo de algún individual benefactor hacia la región, la aldea, o la ciudad donde ha vivido. Otras formas de mecenazgo, más costosas y especializadas, apenas se han producido entre nosotros.
La cooperación económica y la actividad de los intelectuales, libre y colegiada, son los factores clave del desarrollo cultural. Siempre a condición de que se combinen en una acción sistemática, dirigida hacia objetivos asequibles, pero esenciales.
En una acción abierta al tiempo y al afán de todos los hombres capaces, sin exclusivismos, sin previas excomuniones, sin interferencias extraculturales. Y hacia objetivos palpitantes, que recojan estados sociales, económicos o espirituales de la gente gallega; que nos hagan a todos solidarios del destino común y nos proporcionen las fuerzas necesarias para levantar la realidad de Galicia al nivel de nuestros sueños.
*Fragmento de Galicia como tarea, publicado polo Centro Galego de Bos Aires en 1959