Reorientación del esfuerzo cultural. Presencia de la cultura propia
10/09/2012
Cultura, en consecuencia, es crecimiento biológico de una sociedad cualquiera. No, claro está, el crecimiento vegetativo. Más bien el alcanzado por las vías de la mente y de las facultades de relación y transmisión, antes que por las vías de la sangre. Pero “es más que un fenómeno biológico” El antropólogo que acaba de citarse, añade:
“Abarca todos los elementos que hay en la madurez del hombre, dotacion que él ha adquirido de su grupo por aprendizaje consciente, o, en un nivel poco diferente, por un proceso de acondicionamiento; técnicas de varios géneros, instituciones sociales y otras, creencias y modos normalizados de conducta.”
Tales hechos y procesos responden originariamente a lo que Turner denomina tradiciones culturales. El mismo autor invoca otro testimonio, el de Hocart, para presentar al hombre como animal tradicional. Exalta en él la capacidad para comunicar la tradición. No revela demasiada perspicacia al decir que aquella existe, en un grado mucho más alto que en ningún otro vertebrado, en el hombre. Pero añade:
“La evolución del cerebro parece haberse dirigido grandemente al desarrollo de esa capacidad. El elemento individual de cada uno de nosotros es muy pequeño comparado con el tradicional.”
Acaso por la misma desproporción, la tradición se convierta a veces en lastre histórico de la cultura desfasada. A lo largo de las edades, va sedimentando en el fondo nutricio de la memoria colectiva la exeriencia perpetuable de la comunidad. Si este acarreo secular no se renueva, puede llegar a cegarse el curso vivo de la producción cultural.
Aun sin llegar a la exhaustividad, pueden producirse situaciones equivalentes. Basta con que el movimiento entre las vías muertas del estancamiento, la insularidad mental, la imitación o la desviación de las esencias creadoras del progreso humano. Por algo se trata de un “sistema de comunicación intelectual adaptado a los fines de la sociedad”. Y no de la sociedad en general, sino de aquélla a que la cultura pertenece. De otro modo, las facultades de recepción anularán a las de creación, y se hará mínimo el beneficio social resultante.
En relación a Galicia, el tema de la cultura propia se ha planteado más de una vez. ¿Existe o no existe una cultura producto de nuestra variedad como pueblo? Directa o indirectamente, una copiosa legión de escritores se ha movilizado en defensa de la posición afirmativa. Modernamente, Otero Pedrayo y Elías de Tejada han dedicado estudios monográficos a la materia. Y, muy recientemente, Varela, al movimiento de “restauración cultural” en el siglo XIX.
Quedó perfilada en tales aportaciones, total o parcialmente, la genealogía de la cultura gallega. Las tres desarrollan lúcidamente la línea histórica de nuestra evolución cultural, a veces con más fervor que preocupación crítica.
No es el camino recorrido el que agora nos proponemos recorrer. No ha de tentarnos aquí el incentivo de la exégesis. Ni el sentido reconsagratorio de lo que fuimos, desde que los celtas poblaron la esquina más occidental del continente ario, el que ahora habrá de inspirarnos. Tampoco se trata de posponer los valores permanentes que prestigian nuestra tradición cultural. Más bien de utilizarlos como índices de la viralidad del país en cuanto la exposición exiga apoyaturas testimoniales, sin caer en el gozo de la pura retrospección.
Más que volver la mirada al pasado, quisiéramos referirnos al presente. Y tratarlo como una operación en vivo. No como mero repaso de los tópicos conspicuos. Por eso, más que la revisión de los orígenes a través de los signos epigráficos, la impronta de Roma sobre el macizo galaico-duriense, la rebelión gnóstica decapitada por el hachazo de Tréveris, el movimiento de transculturación europea en torno al Sepulcro de Santiago, el auge gallego del románico y la escasa expansión del gótico, la guerra de la hoz de Rui Xordo por la liberación campesina, la alborada lírico-popular que clarea en los Cancioneros galaico-portugueses, la ondulación dulce y turgente del barroco sobre los granitos sagrados, o la restauración de la conciencia de unidad cultural con la generación de los Precursores... nos interesa en términos de más palpitante e imperioso realismo. Con un propósito distinto al que ya puede considerarse cumplido, más brillantemnete, por otros. Con el propósito de comprender, más que de ilustrar, el tema de la cultura gallega.
*Fragmento do libro Galicia como tarea editado polo Centro Gallego de Buenos Aires en 1959