Reorientación del esfuerzo cultural. La inmunidad al impacto del desierto.
12/09/2012
Parece indispensable comenzar considerando la relación en que ha vivido Galicia con el resto de los pueblos peninsulares. Aunque éstos, como señaló no hace mucho Bosch-Gimpera, no han formado un conjunto “coherente, consciente de su solidaridad y animado de un ideal común”, sus destinos históricos se han interferido recíprocamente, dejando improntas y desviaciones en su respectiva tradición cultural.
La distinción más substancial que, a tales fines, conviene establecer, la adelanta certeramente Otero Pedrayo en el “Ensayo Histórico” a que antes aludimos:
“Si comparams a Galicia con las otras tierras peninsulares, hallaremos que no debe nada a las gentes ni a las culturas del sur. No fué ibérica ni árabe. El carácter diferencial español, el mudéjar, no puede aplicarse a Galicia”.
En efecto, Galicia apenas mojó los pies en la pleamar africana. No es necesario disponer de la perspicacia etnológica de Waldo Frank, ni de la sagacidad de Camus, para descubrir que los ocho siglos transcurridos hasta la bajamar del Islam, habrían de dejar impresa la marca a fuego del desierto sobre el haz de las regiones sometidas. Sobre la nuestra pasó como un meteoro. Lo destaca Sánchez-Albornoz en estas ajustadas palabras:
“En Galicia, no hubo solución de continuidad entre la Antigüedad y el Medioevo. No se produjo en ella ningún hiato histórico. Conquistada por los musulmanes en 714, quedó libre de islamitas en 740. Sus antiguos habitantes prosiguieron su vida milenaria. No sufrieron ninguna crisis decisiva en su existir tradicional”.
No es ocasión de juzgar, si la evasión de las penetraciones raciales extra-europeas ha sido para Galicia venturosa o desventurada. Pero nos parece oportuno destacar tal circustancia histórica, como agente diferenciador respecto a los pueblos que, en guerra intermitente, pero interminable, la soportaron. Y, en cierta medida la soportan aún, porque con la expulsión de moriscos y judíos no fueron expulsadas sus herencias biológicas, sus genes...
Todo aquello era rudo, milenario, enigmático Oriente. El genio del desierto cabalgando sobre la cuenca europea más meridional de la cuarta glaciación. La intrusión de las razas criadas sobre la arena, sin árboles y apenas sin mar, que habían de dejar flotando su aire reseco, sobre el cuerpo y el destino de Castilla, de Extremadura, de Aragón, de Andalucía...
La imagen del pasado aún se extiende sobre el paisaje del presente. Hace poco, la evocaba Toynbee, refiriéndose a las tierras del Irán... “Igual que Turquía y España, es una meseta con un desierto como corazón”. Después, a modo de atenuante, añadía: “Como Turquía y España... tiene sus sorprendentes rincones verdes. Turquía tiene su costa del Mar Negro. España su Asturias y su Galicia”.
Y algunas regiones más, habría que añadir. Pero esta realidad no desvirtúa ni compensa la otra. Aquella que impresionara los ojos y la voz de Antonio Machado, cargados de acento cósmico:
“Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fué por estos campos del bíblico jardín-
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín”.
*Fragmento do libro Galicia como tarea editado polo Centro Gallego de Buenos Aires en 1959