Juventud del espíritu gallego
17/09/2012
Al margen de tan desvirtuantes azares, sin el enemigo en casa mientras otras regiones lo conllevaban, nuestra esquina boreal, húmeda y rumorosa, tuvo que mantenerse más plena y más joven. En todo caso, más familiarizada con la civilización cristiano-occidental. Y la gens galaica, más apta para participar en ella.
Solo puede consolarnos de ser un pueblo de emigrantes, el convencimiento de que la migración sea siempre un fenómeno de razas exuberantes. Y de que, en nuestro caso, responde a la concordancia trófica de pronunciarse en busca de la juventud y la exuberancia de América.
La sangre gallega, libre de las infiltraciones así carpeto-vetónicas como árabes, parece mantenerse tan “verdecente” como nuestros campos y tan sonora como nuestros pinos. Al invocar esta fértil condición del ser galaico, resulta indispensable recordar aquella gráfica observación de Castelao:
“Algunos hespañoes non creen en Galiza porque está lonxe d-eles: alá, n-un mar bravo, onde non apodrece ningunha civilización. Pero Galiza é a mais viva posibilidade da vida hespañola. Galiza é un gomo novo, que será ponla frorecida na vella cachopa de Hespaña”.
Aunque otra cosa parezca, en estas palabras no se expresó el universitario, el intelectual, el artista o el político. Las creemos dictadas por el girón de su pueblo, por el “marinero en tierra” que vivía también en el autor de “Sempre en Galiza”. En ellas parece que ofreciera la adecuada réplica a otras de Ortega y Gasset:
“Galicia, tierra pobre, habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas”...
Aquí, la del admirado meditador del Guadarrama es el alma rendida por la facilidad del tópico. En el mismo achaque cayó Unamuno, al hablar de la “irreductible suspicacia” y la “quejumbrosidad” galaicas. ¿Cómo, frente a tan resbaladizas interpretaciones, incluso apadrinadas por cabezas egregias, no han de tornarse reservadas las almas gallegas? ¿Y cómo pueden no tener confianza en si mismas cuando afrontan la lucha por la vida en un medio desconocido, a veces inexplorado, sin más bagaje que las luces nativas y su fe en el esfuerzo propio?
Es sensible que Ortega y Unamuno no llegaran a valorar la desvertebración, y aún la contraposición física y mental entre la meseta y el mar, tan vivas en los versos de Maragall como en los de Rosalía. Y menos explicable que no hayan acertado a descubrir, en el particularismo gallego, la potencia vital derivada de su incontaminación, de su inmunidad a la erosión oriental, y hasta de su aislamiento. Aquello que podría expresarse con palabras de Camus: “Toute etique de la solitude suppose la puisance”.
*Fragmento de Galicia como tarea, publicado polo Centro Galego de Bos Aires en 1959